6,2 veces menos

Por otra parte, los salarios más bajos y la baja o nula protección social de estas últimas décadas también han actuado como desincentivos muy poderosos de la innovación. A la mayoría de las empresas no les vale la pena gastar recursos en nuevos capitales o procedimientos más avanzados si pueden obtener beneficios gracias a los costes laborales reducidos. Lo mismo que sucede con el aumento del poder de mercado de las empresas: lo aprovechan para vender con márgenes elevados, sin necesidad de gastar en innovación.

Eso último ha hecho que en una época en que pareciera que la innovación y la tecnología lo dominan todo, la productividad haya aumentado bastante menos que en etapas anteriores, con mucho menor y más lento avance científico y tecnológico. En Estados Unidos, entre 1948 y 1979, la productividad creció un 118,4 por ciento; y de 1979 a 2021, período subsiguiente, sólo el 64,6 por ciento. Por cierto, en el primer período, el salario por hora aumentó un 107,5 por ciento, un poco menos que la productividad; y en el segundo, de políticas neoliberales, un 17,3 por ciento; es decir, 6,2 veces menos.

Por otro lado, la menor generación de ingreso productivo y el privilegiado desarrollo de las finanzas han provocado un incremento gigantesco de la deuda. Según los datos de los organismos internacionales, el porcentaje que la deuda global (pública y privada) representa respecto al PIB mundial (335 por ciento a mediados de 2023, según estimaba el Institute of International Finance) es 2,5 veces mayor que el de 1980 (139 por ciento). Y es lógico. Al disminuir el ingreso de las familias, disminuye el consumo y la demanda efectiva y caen las ventas y los ingresos de las empresas que viven del consumo de los hogares y de las administraciones públicas; lo cual obliga a endeudarse en mayor medida a unas y otras. Así se ha generado una espiral de crédito y de deuda que sólo beneficia a la banca, pues su negocio consiste precisamente en aumentarlos.

La globalización que ha acompañado a todas esas políticas se ha desarrollado para permitir que las grandes empresas operen a bajo coste y exploten mejor a la mano de obra, lo que ha terminado siendo una trampa en la que han caído miles de ellas. Buscando tan sólo aumentar las ganancias, se generó un sistema sin inversión suficiente para hacer frente a los imprevistos, a las situaciones de riesgo e incertidumbre crecientes que se multiplican cuando se deja que el capitalismo actúe sin frenos, con plena libertad para lograr el máximo beneficio a cualquier coste.

Haber dejado que el capitalismo se desenvuelva como un caballo sin bridas, eliminar los controles y contrapesos, y renunciar a regularlo en los ámbitos más propensos a generar inestabilidad ha creado economías en permanente desequilibrio y endeudadas, con millones de empresas cuyos beneficios apenas si llegan para ir pagando su deuda, burbujas financieras gigantescas y una desigualdad que no sólo es inmoral, sino que frena el propio desarrollo del capitalismo como generador de riqueza e ingresos.

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