En su libro sobre la crisis del capitalismo democrático, Martin Wolf se pregunta cómo puede un partido político dedicado a los intereses materiales del 0,1 por ciento con más renta ganar y mantener el poder en una democracia de sufragio universal.
Se refiere a lo que ha venido sucediendo en Estados Unidos con el Partido Republicano y, más en concreto, en la reciente etapa de Trump, que califica como «plutopopulismo». Wolf utiliza como ejemplo que este último lograra mantener el apoyo mayoritario cuando aprueba una ley fiscal que «de manera inequívoca desplazaba recursos desde la parte baja, media e incluso media-alta de la distribución de la renta hacia la parte más alta, algo que se combinó con grandes aumentos de la inseguridad económica para la gran mayoría». El propio Wolf responde a su pregunta afirmando que eso ocurre gracias a tres elementos.
El primero, haber contado con un amplio grupo de intelectuales dispuestos a asumir y divulgar la llamada teoría del goteo o del derrame; según la cual, cuanto más ricos sean los ricos, más les sobrará y derramarán hacia los pobres. Se ha conseguido que estos últimos crean que no deben tener miedo u oponerse a que los ricos se enriquezcan cada día más, sino que, por el contrario, les conviene que así sea, pues más será entonces la parte de la riqueza de los multimillonarios que caerá en los bolsillos de los de abajo. El segundo elemento, dice Wolf, es fomentar la división cultural o de género entre la población para que ésta se considere, en primer lugar, «blanca» o «antigay» o «cristiana», por ejemplo, y sólo en segundo o tercer lugar como miembro de grupos socioeconómicamente desfavorecidos. El tercero consiste en reformar el sistema electoral para evitar la participación de la población con intereses potencialmente contrarios y, sobre todo, eliminar los frenos a la influencia del dinero en la política y las elecciones. Todo ello sin olvidar que «un sistema tan plutopopulista requiere formadores de opinión y propagandistas que lo justifiquen, defiendan y promuevan». Entre ellos, las Iglesias, las grandes fundaciones financiadas por las grandes empresas y los bancos y, por supuesto, los medios de comunicación. No sólo las nuevas redes sociales, sino también los tradicionales, la prensa, la radio y la televisión, todos los cuales actúan como un baluarte esencial para lograr convencimiento a través de los discursos más o menos retóricos, y últimamente ayudando a convertir la mentira en componente principal del discurso político.